“Ningún hombre conoce lo malo que es hasta que no ha tratado de esforzarse por dejar de serlo”. Clive Staples Lewis.

martes, 7 de febrero de 2012

CHILLERAMA (2011)



Dir.: Adam Green, Joe Lynch, Tim Sullivan, Adam Rifkin

A primera vista uno podría pensar que “Chillerama” es otro filme que busca aprovecharse de la ola “Grindhouse” que, desde el díptico realizado por Robert Rodríguez y Quentin Tarantino (sin olvidar la aportación de los directores responsables de los fake trailers, la verdadera gran sorpresa de aquel experimento), se han venido sucediendo con películas de diferente índole. Sin embargo, si echamos una ojeada rápida a la filmografía de sus cuatro responsables, nos daremos cuenta de que la intención de éstos no es la de seguir una moda en concreto (aunque lógicamente, ésta les haya podido beneficiar). Tim Sullivan ya había dirigido el remake de 2000 Maniacos de Herschell Gordon Lewis en 2005, y una secuela de la misma en 2010. Adam Rifkin fue el responsable de Psycho Cop Returns - secuela de Psycho Cop que a su vez era un refrito del típico slasher de la época y el “Maniac Cop” de William Lustig -, de la extravagante cinta de acción “Con la poli en los talones” – en la que Charlie Sheen se pasaba conduciendo un coche prácticamente durante toda la película e incluso llegaba a realizar una cópula en marcha -, y de la comedia “Cero en conducta”, además de escribir los libretos de filmes como “Un ratoncito duro de roer” o “Pequeños guerreros”. Joe Lynch por su parte ha dirigido la secuela de uno de las pocas sagas de terror interesantes de la última hornada, “Km. 666 II: Camino sangriento”, en la que un grupo de concursantes de un reality-show tenían que vérselas con unos mutantes caníbales, además de aparecer en “Terror Firmer” (1999) de Lloyd Kaufman a quien, no por casualidad, se le homenajea en la película que nos ocupa. En lo que respecta a Adam Green, cabría destacar que ha sido el creador de una de las propuestas más cachondas, estimulantes y gamberras del slasher moderno, con las dos entregas de Hatchet (a punto de convertirse en trilogía), en las que se pueden ver algunos de los rostros más conocidos del género, como Robert Englund, Tony Todd, (una vez más) Lloy Kaufman y, aunque no se le reconozca por el maquillaje, Kane Hodder, el eterno Jason Voorhees.


Como no podía ser de otro modo, Chillerama arranca con un pequeño prólogo en blanco y negro en el que un hombre quedará contaminado de un terrible virus. Para tener más miga, dicho virus le ha sido transferido al serle realizada una sangrienta felatio por parte de su difunta (y revivida para la ocasión) esposa. El hombre malherido irá de camino a su puesto de trabajo - un auto-cine llamado “Kaufman” que se enfrenta a su último día de apertura y que está dirigido por un orondo amante del séptimo arte cuyo nombre es Cecil Kaufman (en referencia a Cecil B. Demille y al ya nombrado Lloyd Kaufman) -, para cumplir con su deber y, ya de paso, contaminar con su sangre de color azul las palomitas que se sirven en el establecimiento, provocando la consecuente expansión del virus. Una vez allí, un grupo de jóvenes asistirán a la proyección de diferentes películas cargadas de nostalgia y, sobretodo, mucho gore, humor burdo e ironía.



Así pues, la primera en proyectarse es “Wadzilla”, dirigida por Adam Rifkin, una suerte de homenaje a The Blob y Godzilla, en la que un espermatozoide gigante arrasará la ciudad e incluso mantendrá una tórrida escena de sexo con la estatua de la libertad. La culpa la tiene un nerd que, debido a la poca movilidad de su esperma, decide probar una potente medicina experimental que le provocará unos intensos dolores de testículos. Siguiendo las indicaciones de su médico, el joven se masturba y de allí nace un enorme renacuajo blanco que irá creciendo poco a poco, con el único objetivo de encontrar a un óvulo al que fecundar. Esta historia, sin lugar a dudas, la más divertida de todas, es además la que más sabe aprovechar todos y cada uno de sus (escasos) recursos, logrando un look muy setentero que brinda algunos de los momentos más desternillantes y conseguidos de todo el conjunto. Sirva de ejemplo ese momento en el que un grupo de ciudadanos corre (o más bien hace como si corriera) mientras el gigante esperma les persigue a través de la ciudad. Rifkin utiliza para la ocasión una gama de colores chillones y se sirve de unos efectos especiales (infográficos) de lo más chapuceros pero efectivos, que nos retrotaen a las películas de serie B de hace años.



El siguiente corte se homenajea a las “beach parties” protagonizadas por el cantante y actor Frankie Avalon (y otras de este tipo producidas por la AIP) y al clásico licántropo interpretado por Michael Landon en “I was a Teenage Werewolf”, (Gene Fowler Jr., 1957), pero en clave homosexual. En esta historia llamada “I was a teenage werebear” y dirigida por Tim Sullivan, nuestro reprimido protagonista, entre canción y canción, se transformará en un “hombre-osito” cuando otro tipo “maldito” le propicie un mordisco en el pompis (1). Aunque tiene cierta gracia ver un músical cuyo entramado bebe directamente de los ingredientes propios de las cintas de licántropos - con el guiño obligatorio a El hombre lobo de George Waggner al rondar por el metraje una enfermera ¿gitana? llamada Maleva y una frase entonada por ésta que parodia a la escrita por Curt Siodmak (“hasta un joven que se cree heterosexual y que se afeita los huevos por las noches, puede convertirse en hombre-oso por las hormonas de su edad y dejar volar su impulso latente” [2]), además de sustituir el famoso bastón con empuñadura de plata y forma de lobo por un gigantesco vibrador de plata -, se podría decir que el resultado dista mucho del resto, llegando a ser en algunos momentos del todo decepcionante (véase la torpe planificación que se lleva a término en un diminuto vestuario en el que se entonan una de las canciones, o el pobre maquillaje de los “werebears”).



La tercera historia, “The Diary of Anne Frankenstein” dirigida por Adam Green, es una parodia de Frankenstein en clave nazi (véase el chiste del título), rodada íntegramente en blanco y negro y en alemán. En ella se nos cuenta como Hitler roba el diario de la familia Frankenstein y siguiendo los detallados pasos que se exponen en él intentará revivir a un hombre… Por si fuera poco, además, conecta con el mito judío del Golem, pues el Führer utiliza los cadáveres que tiene más a mano (judíos, como no) y a base de unir extremidades de diferentes cuerpos crea un Frankenjudio, una especie de jaredí revivido que termina liquidando a su propio creador (aunque esta vez sus motivaciones sean algo diferentes que en el clásico de Mary Shelley). A pesar de que su trama sea algo previsible, “The diary of Anne Frankenstein” ofrece alguna que otra divertida sorpresa en forma de chiste racista, como la utilización de dobles de color para las escenas de riesgo.


La famosa escena de Pink Flamingos, pero al revés.
El último segmento viene presentado por Fernando Phagabeefy, su director (3) - al menos así sale acreditado en los títulos de crédito finales (4) -, quien explica que vamos a asistir una de las películas más extremas de terror. El resultado es “Deathication”, un film experimental que haría las delicias de cualquier amante del cine de John Waters y que nos mete en infinidad de cagadas, diarreas y mojones, sin ton ni son. Lamentablemente, esta suculenta pieza de cine para gourmets se ve interrumpida por la trama central de la película – es decir, por lo que ocurre en el auto-cine que, como ya dijimos, termina siendo devastado por una plaga de zombies cachondos -, y cuyo nombre es “Zom-B-Movie”, dirigida por Joe Lynch. La película se cierra pues con una historia no demasiado original, pero divertida (sobretodo por ese pequeño experimento con excrementos que la precede), plagada de cuerpos amputados que son devorados y desflorados por unos muertos vivientes de lo más salidos, mientras que por otro lado, dos jóvenes aprovecharán esta peculiar ocasión para entablar una relación amorosa.



Siendo Chillerama una película que intenta rendir homenaje al cine explotation y de serie B de antaño, con historias independientes y un humor de lo más desfasado como nexo de unión, es fácil pensar en los “Grindhouse” de turno realizados por directores más mainstream. Pero aquí las pretensiones de los responsables son mucho más modestas y, por tanto, más sinceras. Quizás el resultado global cojee, pues el arranque de “Wadzilla” es descomunal, mientras que “I was a Teenage Werebear”, que viene justo después de ésta, puede hacer menguar la atención del espectador... Pero aún así, en Chillerama no se maquilla con mugre un trabajo refinado, ni se intenta dar lecciones de nada. Chillerama sólo busca divertir y lo consigue, así que, ¿qué más se le puede pedir?


(1) Un guiño a otra cinta con hombres lobos adolescentes Full Moon High de Larry Cohen.
(2) Y en el clásico de 1941 era: “Incluso un hombre puro de corazón y que reza sus plegarias por la noche, puede transformarse en lobo, cuando el acónito florece y la luna de otoño brilla”.
(3) A su vez director de la ficticia Saló 2: The Next Day.
(4) En realidad todo forma parte de una broma, pues Fernando Phagabeefy no es otro más que Joe Lynch.